lunes, 15 de agosto de 2011

Elementos de Constantino para la modernidad

[…] Diocleciano abdicó en 305 y logró que Maximiano también lo hiciera, a ambos les sucedieron dos Césares, puestos por ellos, bajo el principio de la sucesión del más digno: Constancio Cloro (250-306) ara los territorios de Occidente y Cayo Galerio (293-311), general de origen dacio, para los territorios de Oriente. […]
La escena pública romana estaba colmada de luchas por el poder situación que culmina con la muerte de Galerio (311), y convierte a Constantino (Flavius Valerius) Aurelius Contantinus (385-336), en el personaje central de esta época. Hijo de Constancio, el augusto de Occidente, estuvo von su padre en Britania y a la muerte de éste en York (306) fue proclamado ahí augusto por el ejército y de Helena cristiana unida a su padre en concubinato (matrimonio romano reconocido como de rango inferior). Esta situación familiar lo predispone a sincretizar en su origen, el doble vínculo religioso: romano y el católico.
En los años 305 y 306, Constantinno Augusto invade Italia, marcha sobre Roma y derrota Majencio, quien se había proclamado Augusto de Occidente, en la mítica batalla cerca del puente Milvio, en las proximidades de la ciudad (febrero de 312). En su marcha sobre Roma, Constantino tuvo su primer revelación cristiana, las leyendas –[…].
En el mundo romano (y clásico) había una relación ¨utilitaria¨ con la divinidad, los dioses probaban su eficiencia suprahumana en las batallas en las que participaban guerreando al lado de sus adoradores, en las batallas romanas no sólo vencían hombres, con ellos también lo hacían unos dioses frente a otros y el dios de los cristianos probó a Constantino su superioridad frente a los dioses ¨paganos¨ invocados, como parte del ritual militar, por su enemigo Magencio.
Por su parte Licinio (césar de Oriente) derrota a Maximino, quedando junto con Constantino como los dos augustos victoriosos y únicos emperadores. Ambos se reúnen en Milán (febrero, 313) y deciden no sólo firmar el edicto de Galerio[i] sino añadir, a favor de la iglesia cristiana, disposiciones que la hacían pasar de la simple tolerancia a su pleno reconocimiento social aceptando, con ello, la demanda de la jerarquía eclesiástica cristiana como legítima. Comenzaba lo que los historiadores llaman ¨imperio Criastino¨ […].
El acto jurídico que dio al cristianismo pleno reconocimiento social significo para el poder político romano, la aceptación de la fuerza del cristianismo como movimiento social en expansión, imposible de dominar con persecuciones, que lo único que hacían era alentar la identidad y solidificar la cohesión de los cristianos, confirmando el núcleo duro de su ideología: el sacrificio en la tierra para obtener la gloria eterna y la conversión del creyente individual en mártir universal de una fe colectiva en ascenso, que enfrentaba en el campo simbólico, la decadencia institucional del imperio y su incapacidad de construir la dirección cultural del pueblo romano.
Constantino, al suprimir las persecuciones buscó eliminar una de las fuentes de desprestigio del poder político imperial. Era imposible gobernar sin los cristianos, la legitima y el reconocimiento social exigía al gobernante la capacidad de construir la dirección institucionalizada de los cambios sociales que asentarían el futuro poder del Estado frente a una sociedad diversificada por la romanización de los bárbaros y vándalos, multiplicidad de tradiciones que tenían en las distintas modalidades de la religión cristiana: una unidad de representación colectiva constituida de una nueva identidad social surgida de la amalgama simbólica de la diversidad cultural de los individuos que formaban la nueva sociedad romana.  


[i] El Edicto de Milán (en latín, Edictum Mediolanense), conocido también como La tolerancia del cristianismo, fue promulgado en Milán en el año 313, por el cual se estableció la libertad de religión en el Imperio romano, dando fin a las persecuciones dirigidas por las autoridades contra ciertos grupos religiosos, particularmente los cristianos. El edicto fue firmado por Constantino I el Grande y Licinio, dirigentes de los imperios romanos de Oriente y Occidente, respectivamente.
Bibliografía
Pozas, Ricardo. Los nudos del tiempo: la modernidad desbordada. siglo XXI editores.  México 2006 pp. 25- 27

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